Presentación
El libro Genocidio Guaraní " Paraguay Kue, de Marcos Ybáñez, desarrolla un radical y apasionado alegato en contra de la amenaza que significa la imposición del modelo neoliberal sobre la economía indígena y la campesina y, consecuentemente, sobre sus formas tradicionales de vida, su identidad y, aun, su supervivencia. La obra refuerza imaginariamente situaciones, personajes y lugares para recalcar, mediante desvíos retóricos, la fuerza de sus argumentos. Y al hacerlo recurre a la hipérbole, que le permite recalcar sus posiciones para contratastarlas mejor. En verdad, Ybáñez, no sólo asume posición: toma partido. Y lo hace abierta, duramente, sin muchos rodeos ni medios tonos, sin mucha preocupación por los buenos modales académicos. Denuncia con todas sus letras lo que, a lo largo de su obra, él expone como casos crónicos de invasión, colonización, y anexión territorial del Paraguay por parte del Brasil. Sostiene la continuidad de la Guerra Grande, expresada en la expansión avasallante de los agroquímicos y la metástasis de la soja, que ahogan los últimos tekoha, los territorios indígenas, y destruyen los cultivos campesinos.
Para denunciar estas situaciones extremas, Ybáñez recurre a un expediente narrativo complejo, que cruza el ensayo, la investigación y la ficción y recurre a los datos duros de la economía, la opinión política de pensadores destacados y la relectura histórica, emprendida con osadía casi siempre. La obra se desarrolla impulsada en las crónicas del viajero de Ñamandu, nombre de intensas implicaciones míticas en la cultura guaraní, y de su compañero de aventura Santiago Vera, cuyo apellido también relaciona el autor con un término clave en esa cultura[1]. Las figuras mismas de Ñamandu y de Vera pueden ser asimiladas a la del oguatáva guaraní: el caminante continuo que busca el yvy marãe"yÌ". Ese andar permanente no apunta a una instancia sobrenatural, sino a los tangibles territorios propios, aptos para el cultivo y el asentamiento comunitario, propicios al tekoporã: el bienestar, el vivir bellamente; el que asegura la sustentabilidad de la cultura, cimenta la cohesión social y supone la cabalidad del medioambiente.
Afirmada en estos conceptos, la cultura recupera su dimensión de territorio. El territorio de la sobrevivencia, pero también, el ecosistema, el asiento de la memoria, la zona marcada por puntos consagrados. Melià recuerda que los guaraníes distinguen entre el yvy, la tierra en sentido físico, y el tekoha, el territorio demarcado culturalmente, socialmente construido. Tekoha, traducido de manera totalmente libre (que no hay otra forma de traducir un lenguaje cruzado por la poesía) quiere decir "lo que está destinado a sostener la manera propia de ser", la cultura. La diferencia entre yvy y tekoha bien puede ser confrontada con la oposición deleuziana entre calco y mapa. Los calcos trazan la geometría de un espacio geográfico; los mapas son constructos simbólicos e imaginarios de una escena donde lo social se constituye y se representa.
Por eso Ñamandu y Vera no sólo transitan hasta "los últimos rincones del territorio ocupado", sino que levantan mapas: la cartografía de territorios amputados, el diagrama del etnocidio. Los mapas vacilan: retroceden asustadas las fronteras y se repliega la línea de los bosques mientras avanzan el frente de la soja y el de las vacas insaciables. Pero tal como cambia la topografía del espacio, también se transforma el registro de los tiempos: falsificada por la lectura hegemónica, la historia debe ser revisada. Debe incluir las historias diversas, las memorias postergadas, las muchas voces acalladas: debe asumir otras maneras de reinventar el futuro sitiado. Eso es lo que dice Ñamandu, apoyado en las certezas del arandu ka"aty, golpeado por el drama de la tierra quebrantada. Es que después del trajín tan largo, que dura tres años, él y Vera han levantado un mapa sombrío y mutilado. Y han destapado momentos velados de una historia perversa. Lejos de encontrar el yvy marãe"yÌ" han desembocado en la tierra de todos los males: el Paraguay kue, el que continúa el paisaje desolado de la Guerra Grande, el país devastado por el agronegocio, el gran latifundio de dueños forasteros, el suelo de fronteras negociables. Es otra la guerra que libran hoy los indígenas y campesinos, pero es tan fatídica como cualquier conflagración histórica.
La tragedia relatada por Ñamandu y Vera está presentada a través de un discurso que extrema los términos y mediante una retórica sin matices, demasiado cruda, cándida por momentos. Podemos discrepar con ciertas posturas y conceptos simplificados. Tal vez las causas del dolor paraguayo requieran análisis más complejos: la expansión del Brasil es sólo un componente de estructuras antiguas una y otra vez actualizadas o es producto de nuevos diagramas corporativos que recomponen las fronteras mundiales: es resultado de fuerzas que tanto se alimentan de nuestro propio pasado como trascienden los formatos nacionales y responden a muy diversos intereses globales. Ybáñez presenta la realidad difícil de nuestro país en blanco y negro. Pero podemos comprender esa lectura demasiado contrastada situándola sobre el trasfondo de la extrema polarización ideológica que segmenta hoy al Paraguay, la división tajante que agrava la intolerancia y radicaliza las posiciones. Si recordamos que una de las líneas de la desventura descrita en el libro desemboca en Curuguaty, por no citar sino un caso demasiado doloroso y cercano, no parece demasiado exagerado el paisaje sombrío que nos abre este libro desesperado.
Cierto fatalismo del texto parece cerrar el horizonte, clausurar toda posibilidad de sobrevivencia étnica, todo sistema de crecimiento alternativo, pero el deseo de resistencia de Ñamandu indica, en el último momento, una vaga posibilidad colada por entre la trama demasiado espesa de la desgracia. De hecho, los indígenas vienen resistiendo desde hace mucho, sorteando los más pesimistas vaticinios de extinción. Hace pocos días, el 20 de mayo, fue destruido un jerokyha aty, un templo avá guaraní de la comunidad Y"apo, en Canindeyú. De acuerdo a informes de CONAPI[2], aprovechando la ausencia de los indígenas â""a quienes ella misma había citado a una audiencia en Salto del Guairáâ"", la jueza Silvia Cuevas ordenó un injusto procedimiento de desalojo de un territorio ancestral de la etnia a favor de la firma La Laguna S.A. Según la execrable tradición neocolonial, esta empresa había comprado ilegítimamente las tierras de la comunidad, con todos sus habitantes incluidos, para dedicarlas a la producción intensiva de soja y de carne. Los matones de la firma y la policía no sólo expulsaron a los avá, sino que derribaron el templo y profanaron los mba"e marangatu, los objetos de culto. Pero al día siguiente, los indígenas volvieron al lugar devastado y, sobre las ruinas del óga guasu danzaron el jeroky ñembo"e, la danza-oración ritual de los guaraní, la que asegura la integración de la comunidad, la provee de energías para la defensa de su identidad y su territorio y señala tercamente un porvenir entreabierto entre bosques arruinados. A pesar del infortunio que reina en el llamado Paraguay-kue, en esas fuerzas que renueva el círculo de la danza colectiva se vislumbra una posibilidad de conservar pequeñas reservas de tekoha capaces de refutar, por un momento, la infinitud de los sojales.
Ticio Escobar
Junio, 2014, Asunción.